En el tranquilo campo donde vive Chelo Estévez, nadie se imaginaba la historia tan curiosa que se desarrollaría entre ejemplares. Todo comenzó cuando un vecino, proveniente de la capital, trajo consigo un imponente ejemplar Cocolo.
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Este ejemplar, fuerte, con plumaje brillante y actitud desafiante, causó sensación desde el primer día que llegó al corral vecino.
Por cosas del destino, la gallina de Chelo Estévez enfermó repentinamente. Se puso inquieta, se escapó del corral y, sin que nadie se diera cuenta, cruzó hasta el patio del vecino. Fue allí donde ocurrió lo inesperado:
La madre se encastó del ejemplar Cocolo. Nadie supo cómo ni cuándo exactamente pasó, pero semanas después, la madre regresó a casa, más tranquila y saludable.
Tiempo después, Chelo notó que su gallina había puesto huevos. Cuando nacieron los animalitos, se dio cuenta de algo peculiar: dos de ellos, claramente, no se parecían a los demás. Eran fuertes, con los mismos rasgos del ejemplar Cocolo. ¡Eran ejemplares Cocolo varón!
La historia se regó rápidamente entre los vecinos, quienes no podían creer cómo un ejemplar de la capital había dejado su marca en el campo. Chelo, entre risas, decía que esos pollitos iban a ser los campeones del corral, porque tenían sangre guerrera y de ciudad.
Hoy en día, los dos pollos Cocolo ya son ejemplares jóvenes y prometen ser los líderes de este deporte. La historia de cómo llegaron se ha vuelto una anécdota clásica entre los vecinos, demostrando que hasta en lo más simple de la vida, como una madre y un ejemplar, puede haber sorpresas increíbles.